Una ventana interior
- Ana Abbona Santin
- 30 jun
- 4 Min. de lectura
Nuestra compleja existencia, a menudo nos demanda la comprensión de las fronteras invisibles que nos definen. Nos vemos empujados a crear una ventana que actúe como un límite sofisticado y permeable, un punto de encuentro y separación entre nuestro yo más esencial e íntimo y el vasto y a menudo caótico mundo exterior.

Imaginemos nuestro interior, construido con nuestros pensamientos más profundos, con los diversos colores de nuestras emociones y con los ecos de nuestros recuerdos. Todo esto constituye la esencia de nuestra identidad y la quietud de nuestro espacio personal y privado. En este lugar reside lo que somos y sentimos íntimamente. Es nuestro centro de operaciones, nuestro refugio, el origen de nuestra perspectiva única del mundo. Aquí se gestan nuestros sueños, se procesan nuestras experiencias y se forjan nuestras convicciones.
Nuestro interior es un espacio dinámico, en constante evolución, moldeado por cada experiencia y reflexión.
En contraposición, existe el exterior: un universo en constante movimiento que nos rodea. Aquí encontramos a las personas con las que interactuamos cotidianamente, los eventos globales que marcan nuestra era, la majestuosidad de la naturaleza, la complejidad de la sociedad con sus normas y expectativas, y las circunstancias impredecibles que la vida nos depara. Es un torbellino de estímulos, información, oportunidades y desafíos, que constantemente golpea esa ventana que construimos y comunica ambos mundos.
Mirador y filtro
La función principal de esta ventana imaginaria es la de ser un mirador que nos permita ver hacia afuera, percibir lo que sucede en el mundo sin que eso nos afecte de manera inmediata o nos arrastre a su vorágine. Desde este punto de observación privilegiado, podemos informarnos, aprender y analizar los acontecimientos con una distancia prudente. Mantenemos nuestra perspectiva intacta, nuestra singularidad no comprometida por las mareas del exterior. Es como ser un espectador en el teatro de la vida, disfrutando la obra sin subir al escenario si no es nuestra voluntad.
Pero esta ventana es mucho más. Es también un filtro que nos permite discernir si todo lo que está afuera debe entrar en nuestro interior. Nos permite dar paso a ideas enriquecedoras, influencias positivas y la luz de nuevas oportunidades, mientras que mantenemos fuera el ruido ensordecedor, la negatividad tóxica, las distracciones triviales y las energías que buscan agotar nuestra esencia. Esta capacidad de filtrar es crucial para nuestro bienestar emocional, protegiendo nuestro espacio interior.
Un espejo
Lo curioso es que esta misma ventana puede, en ocasiones, transformarse en un espejo. Lo que vemos afuera puede no ser solo producto de la realidad, sino también una proyección de nuestro propio estado interno. Si estamos ansiosos, el mundo exterior puede parecer más amenazante; si estamos alegres, las cosas pueden percibirse con mayor brillo. Nuestros miedos, nuestras esperanzas, nuestras inseguridades y nuestras alegrías pueden teñir nuestra percepción. Reconocer este efecto espejo es un acto de profunda autoconciencia, que nos permite entender cómo nuestras propias percepciones y emociones influyen en nuestra interpretación del mundo. Nos recuerda que la realidad no es solo lo que está ahí afuera, sino también cómo la procesamos desde nuestro interior.
Equilibrio
Las personas poseemos una capacidad vital: la habilidad de abrir y cerrar nuestra ventana imaginaria.
Abrir la ventana implica un acto de vulnerabilidad. Nos exponemos a nuevas experiencias, a corrientes de aire fresco, a la luz del conocimiento y a la calidez de las conexiones humanas. Es un acto de valentía que nos permite crecer, aprender y expandir nuestros horizontes. Al abrirla, invitamos la vida a entrar, a enriquecernos con sus múltiples facetas, a sentir el pulso del mundo. Es abrazar el riesgo de la novedad para trabajar en nuestro crecimiento personal.
Cerrar la ventana, por otro lado, es un acto de protección y de búsqueda de intimidad. Nos permite resguardarnos del ruido excesivo, del agotamiento o de las influencias dañinas. Es fundamental para la reflexión, la recuperación y la recarga de energía. Sin embargo, un cierre prolongado puede llevar al aislamiento, a la desconexión con el mundo y al estancamiento.
En el equilibrio reside la maestría: saber cuándo es necesario resguardarse para recargar y cuándo es momento de abrirse para interactuar y nutrirse.
Conciencia y discernimiento
Por último, la ventana se erige como un poderoso símbolo de conciencia y discernimiento. Es una herramienta para el autoconocimiento y la gestión de nuestra existencia. Nos proporciona un punto estratégico desde el cual podemos interactuar con el mundo exterior de una manera intencionada, no reactiva. Nos permite mantener la integridad de nuestro propio espacio interior, protegiendo nuestra esencia mientras participamos activamente en la vida.
Comprender y dominar el uso de “nuestra ventana es una de las claves para una vida plena y equilibrada. Nos invita a ser los creadores de nuestra experiencia, decidiendo conscientemente qué permitimos entrar en nuestro ser y cómo nos relacionamos con todo lo que nos rodea. Al hacerlo, no solo establecemos los límites entre nuestro interior y el mundo exterior, sino que también cultivamos un espacio interno resiliente, sabio y luminoso.
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